Reflexiones diarias para ti. |
Posted: 14 Aug 2012 03:23 AM PDT “Los limpiaparabrisas recorrían el cristal, pero me costaba mucho trabajo visualizar el panorama. ¿Debía pasarle el control a mi papá? ¡No! Era mi auto. ¿Quién, sino yo, sabía a dónde ir y por qué…?” El tránsito ligero de la tarde me animaba a acelerar y no desaproveché la invitación. Noté la tensión de mi padre, pues se sujetó del asiento y verificó que su cinturón de seguridad se hallara bien afianzado. —Papi, sé que te mueres por manejar, pero no se te olvide que tú me lo regalaste. Ya sé que cuando me diste mi primer auto no era muy buena conductora. Por tomar atajos, terminé dando vueltas sin llegar a ningún lado. También reconozco que me he perdido más de una vez por no sacar un mapa de la guantera. Y sufrí dos accidentes, pero ocurrieron por culpa de los otros conductores. Esta vez será diferente, lo prometo. Tengo todo bajo control. De repente, un rayo de luz permitió que observara el camión que descendía a toda velocidad sobre el mismo carril. Ni siquiera la bocina le advertiría al chofer de la presencia de mi auto.Comenzamos a ascender una empinada cuesta. El carro se sacudió produciendo un ruido extraño. Mi padre mantuvo la vista al frente, aunque de reojo, percibí unas gotas de sudor en su frente. «Todo está bien» —me repetí. «Yo tengo el control». La oscuridad cayó sin previo aviso. Las nubes cargadas de lluvia amenazaron la tarde con truenos y relámpagos y encendí los faros al caer las primeras gotas. Ahora sí sentía miedo. Le mentí. Los limpiaparabrisas recorrían el cristal, pero me costaba mucho trabajo visualizar el panorama. ¿Debía pasarle el control a mi papá? ¡No! Era mi auto. ¿Quién, sino yo, sabía a dónde ir y por qué? Durante mi niñez, él siempre había elegido correctamente. Jamás me llevó por senderos perjudiciales, aunque debo aclarar que tampoco fueron sencillos o poco dolorosos. Pero ahora yo tenía mi propio auto. ¡Había madurado! De repente, un rayo de luz permitió que observara el camión que descendía a toda velocidad sobre el mismo carril. Ni siquiera la bocina le advertiría al chofer de la presencia de mi auto. El freno estaba atorado. A mi izquierda se hallaba un profundo precipicio, a mi derecha un muro de piedra. —¡Ayúdame, papá! Me aferré al plástico y mis dedos emblanquecieron de la presión. El camión se acercaba. —No puedo. ¡No quiero! Tú me lo regalaste. ¿Qué puedes hacer diferente? Entonces suspiré: —Maneja tú. Por Kayla Ochoa Harris. |
You are subscribed to email updates from Reflexiones Cristianas - Pensamientos - Amor - Amistad - Paciencia To stop receiving these emails, you may unsubscribe now. | Email delivery powered by Google |
Google Inc., 20 West Kinzie, Chicago IL USA 60610 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario